La pandemia de COVID-19 desnudó la fragilidad de los sistemas de salud de los países del primer mundo, evidenciando la falta de protocolos y estrategias efectivas frente a eventos epidemiológicos. Sin embargo, esta no era la primera vez que se expusieron las debilidades en la atención sanitaria; el dengue se había estado convirtiendo en un desafío creciente en América Latina durante los últimos 20 años, mostrando una incapacidad alarmante para mitigar su impacto.
Durante el brote de dengue en 2019, América Latina alcanzó niveles máximos de contagio, en Honduras superaron los 130,000 casos, con más de 180 muertes. El año 2024 no es nada favorable para nuestro país ya que supera los 115,000 casos y 141 personas han perdido la vida. Esta situación no solo incapacita a los sistemas de salud, sino que también genera un impacto económico devastador en la región. Sin embargo, el contexto de la prevención y control del dengue en la región ha sido, en su mayoría, reactivo y poco innovador.
Avanzando al presente, el año 2024 ha traído consigo un desolador incremento en la incidencia de dengue en América, con más de 11 millones 321,000 casos sospechosos, 5, 994,904 casos confirmados (53%) 14,977 casos de dengue grave (0.1%) 6,290 muertes 0.056% letalidad datos reportados a la semana 31 por la OPS, la situación es claramente preocupante. La letalidad reportada del 0.056% puede parecer baja, pero en contextos donde hay decenas de miles de casos, esto se traduce en un alto número de vidas perdidas.
El ciclo de brotes de dengue se ha intensificado, y para añadir a la crisis, el Aedes aegypti, el mosquito responsable de la transmisión, ha demostrado una capacidad impresionante de adaptación, exacerbada por el cambio climático. La combinación de condiciones climáticas favorables y una vigilancia epidemiológica deficiente ha creado un entorno en el que el dengue puede prosperar sin obstáculos. Las intervenciones de control tardías, la implementación del proyecto Wolbachia en algunos países incluyendo a honduras y hasta el uso de peces Gambusia para control biológico, así como otros métodos de control fugaces han fracasado en proporcionar soluciones sostenibles a largo plazo.
Los informes sobre la capacidad de reproducción y la eficiencia del Aedes aegypti destacan la urgencia de una revalorización de las estrategias de salud pública. Es evidente que la implementación de fumigaciones y otras tácticas tradicionales resulta insuficiente ante un enemigo adaptativo y resiliente. La falta de una respuesta coordinada y adecuada de las instituciones de salud en la región refleja no solo una falta de visión, sino una inacción deliberada que perpetúa un ciclo vicioso de crisis sanitaria.
La ineficacia de la colaboración internacional y la escasez de soluciones efectivas para combatir el dengue reitera un patrón de desinterés y descoordinación entre los gobiernos y organismos internacionales. Es esencial que se inviertan recursos en investigación, educación y en el fortalecimiento de los sistemas de salud pública que puedan no solo responder ante brotes, sino prevenirlos efectivamente.
En resumen, la situación es cada vez más insostenible. La historia nos ha enseñado que ignorar los brotes epidemiológicos tiene consecuencias devastadoras, y la falta de preparación exacerbada por la temporada de mosquitos que continuara durante los últimos meses del año. Solo indica que el próximo brote puede ser aún más severo, como ya fue anticipado por la OMS que la próxima pandemia podría tener su origen en los mosquitos. Es imperativo que América Latina tome conciencia, acumule lecciones y adopte estrategias innovadoras con urgencia, abriendo espacios al desarrollo de tecnologías locales. Cada día que pasa sin un cambio real en la política y la práctica epidemiológica es un día más cerca de enfrentar una crisis aún mayor. La salud pública no puede seguir siendo un campo de reacción; necesita volverse un terreno proactivo, robusto y resiliente ante los desafíos que se presentan.